lunes, 15 de septiembre de 2008

Cuentos Mixes -LA HIJA QUE SE HIZO RICA

LA HIJA QUE SE HIZO RICA
HUMBERTO LUIS
Narrador
Dicen que en un pueblo vivía una familia demasiado pobre que
carecía de todo. La familia estaba integrada por el papá, la mamá
y cinco hijas. Puesto que eran muy pobres, el papá no podía
más que trabajar a diario en el campo para ganarse el sustento
y mantener a su familia. El papá debía trabajar en el campo
todos los días.
Pero como las seis mujeres ( la madre y las hijas) eran
demasiado pobres y no tenían nada que comer, empezaron
a robar gallinas para matarlas y comerlas a escondidas del
padre, mientras éste se la pasaba en el campo trabajando bajo
el sol. Esto se volvió cosa de todos los días, y cada vez que
el papá llegaba nunca le convidaban de lo que ellas habían
comido, sino que sólo le daban una tortilla con sal, chilito y
café.
Pero la hija más pequeña era algo curiosa; así, cuando comían
algo, siempre guardaba un poco de su comida a escondidas
para dársela a su papá. Y así era del diario.
—Mira papá, nosotras comimos esto y es para tí; pero no les
digas nada porque me pegan.
Así pasaron los días hasta que una vez el papá lloró de coraje
o sentimiento.
—Hija, yo sé que tú vas a tener mucho futuro; tendrás un
marido bueno, mucho dinero y te vas a volver rica. Gracias por
todos los favores que me haces.
El padre le pedía a Dios, le decía al Dios Kong-Anäw que en
verdad le recompensara a su hija por la manera en que ella le
estaba ayudando. Y le repetía:
—Hija, tú vas a ser rica, y yo, como tu padre, te lo digo de
todo corazón.
Así siguieron pasando los días, hasta que en una ocasión las
cinco hijas se fueron a la milpa para ver qué encontraban por
allá. Ya iban de regreso cuando, de repente, en el camino les
agarró un rayo y empezaron los truenazos; comenzó a llover.
En el momento que empezaron los rayos aparecieron tres señores;
eran como príncipes, como reyes venían vestidos. Los
señores saludaron a las muchachas, se conocieron y hasta
ahí. Cada quien se fue para su casa.
Cuando las muchachas llegaron a su casa le platicaron a su
mamá que se habían encontrado con tres hombres guapos y
muy ricos que parecían como príncipes. Una vez más las muchachas
volvieron a su milpa y se encontraron a los señores y
no pasó nada. Una ocasión en que las muchachas estaban en
su casa de repente apareció un rayo, empezó a tronar por todos
lados hasta que aparecieron tres caballos en la puerta del hogar.
Eran tres caballos blancos y encima de ellos, montados,
los mismos tres señores que eran el papá y el hijo que quería
pedir la mano de la hija, y otro hermano. Ellos eran Anáw.
Los señores entraron a la casa y el padre le dijo a la señora:
—Vengo a pedirte la mano de una de tus hijas. Mi hijo se
quiere casar con alguna de ellas.
—Sí, está bien. Con mucho gusto. Ahorita las llamo. Son
cinco y ahorita la escoges.
Las cinco hijas vienen y se sientan. La mayor pensó que era
ella a la que estaban pretendiendo. Pero el papá Anäw dijo:
—Que cada una de ellas me extienda sus manos.
Entonces cada hija, desde la más grande hasta la más chica,
extiende sus manos al señor y éste empieza a leérselas.
—Bueno, está bien. Ya decidí a cual de tus hijas me voy a
llevar, dijo papá Anäw.
—Dime a cuál prefieres —le respondió la mamá.
—Yo prefiero a la más chiquita (que tenía como 13 o 14
años).
—¡No puede ser! ¡Cómo es posible! —exclamó la mamá,
mientras las otras hermanas ya estaban enojadas porque no
habían sido las elegidas.
Las hermanas empezaron a odiar a su hermanita porque ella
fue la afortunada, porque se iba a casar con un hombre de
mucha riqueza. El asunto quedó de todas formas así. Siguió
tronando; siguieron apareciendo rayos hasta que los hombres
montaron sus caballos y se fueron. El tiempo transcurrió y las
hermanas le comentaron al papá, quien opinó:
—Ah, pues qué bueno; me da mucho gusto que mi hija más
chica haya sido la elegida porque siempre ha sido buena conmigo.
Gracias a Dios, gracias a Kong y gracias a Anäw que me
lo haya concedido. Yo siempre se lo he pedido de corazón.
Al fin se puso la fecha de la boda; se hizo la boda con fiesta
porque era familia rica, fue una fiesta en grande. Entonces la
muchacha se fue avivir con sus suegros. Así vive por allá, pero
ya no era de este mundo, sino del mundo de Anäw y Kong. La
muchachita le tenía que decir a su mamá que ya tenía que irse,
que los iba ir a visitar pero ya no en persona. Pero como ellos
eran tan pobres, la señora le pidió que le mandara un poco de
dinero, ya que ahora era rica, a lo que la hija le respondió que sí,
que con mucho gusto se lo enviaría.
Ya cuando la niña se había ido a vivir con su esposo, éste le
dijo que sí necesitaba dinero podía tomarlo de la “caja”, pero
antes tenía que decirle a la “cinta” que se quitara. La caja estaba
envuelta por una cinta que en realidad eran animales salvajes
como boas, sordas y otras culebras venenosas. Sólo tenía
que decirle que se quitara de ahí. Cada vez que la hija necesitaba
dinero hacía lo que le había recomendado su esposo.
Un día la hija le comentó a su esposo que su mamá le había
pedido dinero porque ellos eran muy pobres.
—¿Cuándo se lo llevamos? ¿Cuándo se lo mandamos?
—Sí, sí se lo mandamos. Que lo lleven mis tres hermanos.
La mamá y las hermanas de la niña ya los estaban esperando en
la milpa. Los hermanos del esposo entonces llegaron a la milpa.
Cuando se aparecieron comenzó a tronar, a llover y a salir rayos.
Pero abajo de los rayos la mamá vio a tres venados y que les
dispara y que mata a dos venados ahí. La mamá, muy contenta,
llegó como si nada mientras el otro venado se escapaba.
Volvió a pasar el tiempo y el dinero no llegaba. Entonces la
mamá le preguntó a su hija en sueños por qué no le había
mandado el dinero. La hija le respondió:
—¡Cómo! Si te estoy mandando el dinero y me estás matando
a mi familia. Estás destruyendo a mi familia. Me acabas de
matar a mis dos cuñados.
—¡Cómo es posible! Si yo no he matado a nadie, contestó la
mamá.
—Pues aquellos venados que mataste en el camino eran
mis cuñados.
—Bueno, está bien. Para otra ocasión será.
Y volvió a pasar en la segunda ocasión; lo mismo sucedió. En
esta ocasión la hija le informó a la mamá:
—Ya no van a ser mis cuñados; va a ser otra persona de la
familia.
Pasa otra vez el tiempo. La mamá se va a un lugar. De repente
aparecen otra vez los rayos, empiezan los truenos por aquí y
por allá; cae la lluvia. La señora va caminando y de repente en
el camino aparece una boa pero bien grandísima. Y la mamá la
mató así como si nada. Otra vez llega a su casa. Pasa un
tiempo bastante largo y el dinero no les llega. En sueños se le
aparece de nueva cuenta su hija y le dice:
—Oye, qué pasó. No me has mandado el dinero que te pedí
desde hace mucho. Como te has vuelto rica, te has olvidado de
la familia.
—No, mamá. Ya es la segunda ocasión en que te envío el
dinero. La boa que te encontraste en el camino era mi cuñada, y
ya me la mataste. Ya nos estás acabando.
—¡Híjole! Pues cómo quieres que le haga.
—Mira, si quieres, ésta ya es tu tercera y última oportunidad.
Haz lo que te voy a indicar, pero lo tienes que cumplir —
dijo la hija a su mamá.
—Está bien. Dime qué es lo que debo de hacer.
—Bueno, mira: vas a subir a ese cerro. Ahí en la caja está el
dinero. Está envuelto de cintas de colores que en realidad son
víboras, boas y animales salvajes. Pero antes que nada tienes
que llevar una ofrenda. Lleva una gallina y ahí la sacrificas. Le
dices a Kong y a Anäw que te dé. Pero te esperas, pidele de
corazón y con toda fe que te lo dé; dile que estás muy necesitada
y tu familia también, pero sí te lo vamos a dar. Yo voy a
estar ahí, nada más que tú no me podrás ver. Ahí todos vamos
a estar entregándote el dinero.
La mamá se despiertó y, como fue en sueños, le comentó a
sus hijas y a su esposo qué es lo que tienen que hacer para
lograr el dinero. Pasa un tiempo y después van al cerro que les
había indicado la muchacha. Ellos ya estaban listos. Ya traían
la veladora, la gallina y todo lo que tenían que depositar en el
cerro. Llegaron al lugar y soltaron a la gallina. La mamá depositó
su ofrenda y comenzó comienza a hacer oraciones. Le pide a
Kong Anäw que le de esa riqueza que tanto anhelaba, todo lo
que necesitaba.
Se esperan un tiempo y ven que las serpientes, víboras y
boas empiezan a desenvolverse de la caja que estaba ahí. Cuando
ven la caja totalmente libre, la abren y se dan cuenta que
dentro había pura riqueza, puro dinero. Toman la caja, la llevan a
la casa y hacen una ceremonia, una fiesta. Le hacen otro ritual
a Kong Anäw y así es como esta familia se levanta; se hacen
ricos y empiezan a normalizar su vida en este mundo.
Tomado del libro: "FIESTAS DE LOS PUEBLOS INDIGENAS DE MEXICO" de Gustavo Torres

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