Hacer del poema un gato que escape a la azotea
para dilucidar sobre la última nube.
Mover los cables como un arpa para detener la luna.
Apresarla entre paredes rotas y asomarse
a la ventana para verte dormir.
Oír tu canto de espejos y saber
que el humo de los ceniceros es algo entrañable.
Mirar la borrasca de ceniza y olisquear el amor
que ronda perdido en las sombras.
La telarañas dirán entonces cosas tristes como el exilio,
como la inexistencia del amor, o la inutilidad del fuego.
Pero tú sabrás que lo que fue mi amor
te perteneció desde siempre,
desde la ronda de todos los instantes
donde el gato intranquilo: maúlla.
Xm