viernes, 5 de septiembre de 2008

EL TRUENO, AMO Y DUEÑO DE LOS ANIMALES

EL TRUENO, AMO
Y DUEÑO DE LOS ANIMALES
Héctor Martínez
Narrador
En un campo vivía una familia humilde. Esta familia no vivía
bajo un techo, sino dentro de una cueva. Cierto día, estas personas
tenían un poco de dinero y alimentos; pero es bien sabido
que ni el dinero ni la comida duran para siempre. Un día,
pues, se les terminó el dinero junto con los alimentos. La familia
estaba indecisa; no sabían qué hacer.
Todos salieron a buscar trabajo. Se fueron por el bosque;
entraron en la selva hasta que llegaron a un lugar donde ya no
soportaban el hambre y el sueño, porque ya llevaban varios
días de camino. Entonces tuvieron que comer cualquier maleza
que encontraron. Un día llegaron a un lugar hermoso: un llano.
Vieron que por allí trabajaban unas personas, que eran los mozos
de un rico hacendado. El hacendado tenía manadas de
animales: jabalís, tejones, temazates, muchos animales.
La familia, sin embargo, no se imaginaba en realidad quién
era ese rico hacendado: el trueno (Anäw). La familia se sentó y
empezó a platicar con los mozos. Entonces éstos le hablaron
al patrón y le dijeron que una familia buscaba trabajo. El trueno
llegó y saludó a la familia.
—Patrón, venimos buscando trabajo. A ver si no necesita
mozos. Nosotros venimos de muy lejos, desde un lugar muy
retirad—, dijeron los de la familia.
—¡Ah sí! ¿Qué tipo de trabajo saben hacer?
—No, pus no sabemos hacer nada.
—Yo creo que sí pueden hacer algo.
—No, pues sí. Pues para eso estamos; para eso venimos a
trabajar. Lo que sea porque nosotros estamos dispuestos.
Entonces la familia se sintió muy a gusto porque les daban
trabajo; la señora también. En eso la señora le pregunta a su
marido:
—¿Qué haremos? ¿Podremos con este trabajo?
—Quién sabe. Vamos a intentarlo.
El señor decidió ir a trabajar con el trueno y lo llevaron a un
campo, en el cual le enseñaron un corralote. El corralote estaba
lleno de animales: jabalís, tejones, zorros, venados, mapaches,
e infinidad de distintas especies. Todo tipo de aves, pájaros.
También había víboras.
El señor comenzó a cuidar los animales. Pero el trueno les
había anticipado cómo se sacan los animales. El señor cumplió
con el trabajo. Sacaba los primeros animales y salían cargaditos,
pero ordenados. Los animales no se dispersaban, sino que iban
juntos. El trueno nada más los observaba; claro que no se encontraba
presente físicamente, pero él, siendo trueno y rayo,
anda por el aire, por el espacio a través de las nubes. Él se
daba cuenta de todo.
Entonces la familia fue a cuidar e hicieron buen trabajo. Por
cierto, un día, el trueno, amo y señor de los animales, fue a
visitar a la familia para ver cómo cuidaban a sus animales. Y, de
repente, le dieron ganas de ir al baño. Y dice:
— Ahorita regreso. Voy al baño. Olvidé mi ceñidor
Entonces el trueno se fue, pero más tarde regresó.
—¿Saben qué? Ustedes están haciendo un buen trabajo,
pero antes de que se me olvide allá, por donde me fui a hacer
del baño (nada más era para ver qué tipo de personas eran),
quiero que vaya María a traer mi ceñidor, allá donde hice “del
dos” —según él.
—Órale pues.
Fue la señora María. Llegando allá se quedó asombrada porque
vio una viborota, una coralillo. Cómo brillaban sus colores. Y
María gritó:
—No, pues si es una víbora! ¡No, es un ceñidor!
Entonces regresó corriendo con el trueno.
—Oiga señor, ¿sabe qué? Su ceñidor no es un ceñidor. Lo
que había era una víbora tremenda. Era una coralillo de colores
preciosos ¡Cómo brillaba! Pero como es una víbora me puede
lastimar y no me acerqué.
—¡No seas tonta, María!. Ve y recógelo. ¿Sabes qué? Te
volteas, no mires para atrás y recoges mi ceñidor. No lo mires.
Voltéate y sin que te des cuenta agarras mi ceñidor; pero no lo
veas.
Entonces María fue para hacer lo que le había dicho el trueno.
Llegó al lugar pero, antes de acercarse a donde estaba la víbora,
se volteó y caminó hacia atrás. Donde calculó que estaba el
ceñidor, o la víbora tirada, se agachó para agarrarla. Al tocar a
la víbora ésta se conviertió en el ceñidor. Ahora sí se lo llevó al
trueno, su patrón.
—Aquí está el ceñidor, patrón.
—Ya ves. María, ¿qué te dije? No era nada malo. Es mi ceñidor.
—Ah, bueno, pero es que así lo vi.
El trueno se despidió. En eso comenzó a llover. El señor metió
a los animales en su corral, pero al terminar se dio cuenta que
se le habían extraviado dos venados, jabalís, tejones y otros
animales. Entonces los mozos se sintieron muy dolidos. Llegaron
luego con el patrón y le dijeron:
—¡Patrón! ¡Patrón!
—Qué pasó, hijos. Pásenle.
—Fíjese patrón que ya no vamos a poder trabajar con usted
porque le traemos una mala noticia. Se nos extraviaron estos
animales; ya los buscamos por todos lados pero no los
encontramos.
—¡Ah sí! De eso no se preocupen. Los animales que no
encuentran son pedidos que me hicieron desde hace tiempo,
pero que no los había entregado. ¡De qué se preocupan! —dijo
el trueno, amo y dueño de los animales.
Entonces los mozos se despidieron de su patrón y regresaron
a sus casas.

TOMADO DEL LIBRO "FIESTAS DE LOS PUEBLOS INDIGENAS" DE GUSTAVO TORRES

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