martes, 2 de septiembre de 2008

EL MENSAJERO DEL SOL O EL SACRISTAN

EL MENSAJERO DEL SOL
O EL SACRISTAN

HÉCTOR MARTÍNEZ
Narrador

Había una vez en un pueblo un matrimonio humilde que su vida
era una tristeza, la cual andaba de un lugar a otro en busca de
trabajo y dinero. Un día llegaron a una comunidad pequeña en
donde apenas se había construido un templo; en este templo
se encontraba un sacerdote, un sacristán y sus respectivas
autoridades.
En esa ocasión el sacerdote solicitó al matrimonio como
trabajadores del templo. Los esposos empezaron a trabajar normalmente,
como debe de ser. En aquel entonces en el matrimonio
los esposos eran bien jóvenes. Todavía la esposa del señor
era una muchacha bien guapa y bonita, tanto que ni el mismo
sacerdote se pudo abstener. El sacerdote conquistó a la mujer
del sacristán y le entró. Cuando el sacristán se iba, pues se
quedaba el “sancho”, el padre.
Como ya había aceptado la muchacha, el padre decidió matar
al marido de la mujer; no con arma, sino que se muriera por
“ay” de dolor, o hambre o lo devorara algún animal peligroso. El
sacerdote se puso vivo. Luego el sacerdote le dijo a su amante:
—Oye, qué te parece si mandamos al sacristán a un lugar
alejado donde pueda permanecer mucho tiempo.
Como era mozo el señor, entonces el sacerdote lo envía a la
casa del sol a dejar una correspondencia por escrito y traer el
recibo de vuelta.
—Mira sacristán, vas a ir a depositar una carta. Se la vas a
llevar al sol.
—Sí, estoy de acuerdo —respondió el sacristán.
En eso recibe el marido la correspondencia y se marcha con
destino a la salida del sol. Cuando el sacerdote vio que se retiraba
el señor, se unió a vivir con la esposa del mensajero.
Entonces el señor empezó a caminar, pero al día siguiente
ve salir el sol, y se fija muy bien dónde sale el sol; y nunca
pierde de vista el lugar en que salía el sol. Decidió caminar
rumbo al sol. Mientras que el señor llevaba días ya caminando,
cuando fue a acercarse poco a poco al sol; en eso caminaba y
caminaba, días, semanas y meses. Antes de llegar al sol encontró
un mar muy grande donde él podía morir ahogado si lo
atravesaba. Ese lugar era el término de la tierra. Entonces buscó
la manera de cruzar, pero jamás pudo. Entonces se sentó
tristemente a pensar qué hacer con la correspondencia cuando
de repente vio a un zopilote, pero uno de los más viejitos, que
ya ni tenía plumas, y le dice:
—Zopilotito, por favor dime por dónde puedo pasar la mar
para llegar con el sol.
—Yo te diré y te llevo cruzando la mar si me cumples con lo
que yo ordene.
Como el señor estaba decidido a llegar al sol aceptó; y el
zopilote dijo:
—¡Haz fogata o lumbre para que me rejuvenezcas!
—Pero ¿cómo es posible?
—Sí. Primero haces lumbre; después me partes en mil pedazos
y cuando esté ardiendo la lumbre me avientas el fuego.
No temas que me queme.
Y cumplió el señor con lo encomendado. Hizo todo lo que le
había dicho el zopilote. Agarró al zopilote y lo descuartizó; después
recogió las plumas y los pedazos y los aventó al fuego.
—Adiós zopilote...
El mensajero vio cuando se quemó todo y quedó pura ceniza
en donde ya no había huesos ni plumas del zopilote.
—¡Mira nomás lo que hice! ¡No lo hubiera hecho!
Ya cuando estaba todo apagado y el zopilote muerto, de repente
salió de las cenizas un zopilote joven y bonito, todo nuevo y
no como el anterior que apenas tenía unas plumas; éste ya
tenía las alas bien preciosas, ya era más joven. El zopilote dio
vueltas y vueltas y fue a dar con el señor y le dijo:
—¡Apesto mucho! Sí. Pero no me digas que apesto. Quítate
tu ceñidor, te amarras bajo mis alas y te llevo colgado a donde
está el sol. Ahora tengo un mal olor; pero no te preocupes, es
cosa de que no me digas que apesto porque sino te voto del
aire al suelo.
Aceptó el mensajero en no decirle nada. Emprendió el vuelo el
zopilote y como el mar es tan ancho, ¡quién sabe a dónde termina!,
a medio mar el señor ya no soportaba, y le dijo al zopilote:
—¡Cómo apestas canijo!
Entonces el zopilote hace la “finta” de tirar al señor pero este
pide perdón y no lo deja caer.
—Ya te dije. No quiero que me digas una palabra. Pa’ la otra
te dejo caer.
—No, perdóname zopilote. Por lo que más quieras, ya no
digo nada.
—Conste, porque te voy a llevar. Te traslado y luego te llevo
de nuevo para allá.
Y llegaron cerca del sol, pero ya había pasado su trayectoria
porque éste viajaba rapidísimo. En eso buscó a alguien a quién
entregarle la correspondencia. El zopilote le aconsejó ir con san
Pedro, el de las llaves del cielo. Entonces fue y preguntó cómo
hacerle para llegar con el sol. Tocó la puerta y salió san Pedro.
—Qué paso hijo. ¿Qué quieres?
—Vengo a dejarle una correspondencia al sol. Vengo de parte
del sacerdote.
—Órale pues, ¡qué gusto! Pásale.
Entonces entraron a una casa pero lujosa. Cómo brillaba toda.
Le aconsejaron dormir en la trayectoria del sol, y así lo hizo.
Cuando despertó, vio el reflejo y escuchó un ruido muy fuerte.
Cuando vio acercarse un señor muy alto, rubio, güero, ponchado
y le dio la correspondencia y lo recibió; la abrió y la carta no
tenía nada, y entregó otra carta ya escrita; entonces el mensajero
regresó con destino a su pueblo.
—Llévasela al padre. Pase lo que pase, no tengas miedo, no
te atemorices; tú quédate tranquilo. Ya cumpliste con lo que
tenías que hacer, le dijo el sol al mensajero.
—Órale pues.
El señor se despidió de san Pedro; después fue a buscar al
zopilote para que lo llevara de regreso. Empiezó a viajar de
nuevo por donde ya habían pasado. Cruzó la mar, el desierto y
llegó a donde estaba su esposa e hizo entrega del recibo con el
sacerdote. Cuando abrió el sobre vio que decía: “No es justo
que hagas eso, porque si sigues así te va a tragar la tierra”.
El sacerdote dijo:
—Hombre dejate de tonterías.
Como ya había llegado el marido, y el sacerdote estaba muy
enamorado de la señora, estos dos últimos deciden salir; ensillan
sus caballos y se marchan a otra región, dejando al marido.
Mientras que ellos se alejaban empieza a llover, a hacer viento
y, por último, vino un terremoto en donde la señora y el sacerdote
fueron tragados o sepultados vivos por el fuerte movimiento;
por haberle mentido al sacristán y robarle la mujer. Pero el marido
también murió porque siguió a su señora.

TOMADO DEL LIBRO "FIESTAS DE LOS PUEBLOS INDIGENAS DE MEXICO" DE GUSTAVO TORRES

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