A la deriva de tu piel se arropan los sueños,
En tu cuello, -amadísima- se instalan pájaros tenues
Tu cuello resguarda la redondez de uva de tus pechos.
Tus pezones se alzan como vigías nocturnos
Mi lengua en el borde teje nido a tu piel de durazno.
Tus clavículas con fulgor de pecosas peras me saben al otoño,
navego en los meandros de tus caderas con olor a guanábana,
mordisqueo esa fruta guarecida en la humedad del tiempo;
(a salvo del invierno y de los mapas con brújula hacia el sur).
Amadísima: en tu puerto se mira el futuro y coloco bandera
en el andén de la victoria, en la frambuesa de tu piel
que viene de otro continente. (Entre el tibio aroma
de las manzanas y el aliento de higo de la noche).
En la profundidad de tus pechos, amanecen tibias estrellas,
Lejanas y desveladas; alumbran la blanca orilla
en tu cuerpo de espuma. Mi playa y tu memoria.
Vuelve a esa espuma blanca que estalla contra las rocas
El sueño ebrio de la arena cuyo puerto no volverá a besar el mar.
Xm.