Se trata de ejercer la memoria para conservar la identidad y la realidad, si lo real es lo que permanece identico a si mismo a traves del tiempo
En el altar confluyen los ríos de tu nombre,
el pulso de un árbol que aún respira.
Madre abuela, madre con manos de barro y de maíz,
en tu ofrenda lo conocido, el pan de todos los días.
Hermana y padre, constelación de pinos y nixtamal,
el amor que fue tejiendo el año envuelto en hoja de milpa.
El café con su tenue niebla subiendo a tu regazo.
En la muerte somos hermanos y compañeros,
la experiencia del latido de onix que deja de sonar
y en su eco ardemos en la memoria de la vela
que se agita y hace figuras de memorabilia.
Abuela en su mirada quieta. Madre en su amor
riguroso, en la tenacidad de sus actos.
El altar es el hilo del cometa que se alza
para unir lo etéreo, el aire de tus campos
el calor de tu fogón, la suavidad de las tortillas
surgidas de tu mano. Los libros, y la pieza
donde leía el mundo de tu mano. El caminar
en los senderos donde surcaban tus relatos, padre.
La noche recupera los momentos y los hace brillar
esas monedas con las que surcaran a la madrugada
el regreso al nimbo de la madrugada, ¿Quienes son
lo que respiran en el albor de la madrugada?,
¿Los vivos o los muertos? El altar sigue inmóvil
y el tiempo ya no es el mismo. Mariposas nocturnas
parpadean de un lado a otro. El eco donde suena
el río inmenso. Hermana regresando con golosinas
en el veliz de viaje. El túnel fluye lentamente
y nos lleva a ese día que fuimos a visitar a la abuela
y la niebla nos confundió el camino. Por un momento
entramos en ese tiempo inmaterial e inasible
que igual va al presente que al futuro o al pasado.
El altar guarda su templo, por donde esta noche ascender
o descender va como un canto, que empieza como oración
y continua en el eco de un tambor o en la claridad
de unas sonajas, que inmutables van sonando, trepidantes
árboles somos de esta constelación que esta noche
irriga sus memorias, se dibuja en genealogía de sombras
y que iridisan en esta noche en un relámpago de memorias.
Xabo M.
El día que los árboles decidieron huir, los carbones aún estaban vivos. Sembrados entre reflejos de humo cual pájaros de zinc que se les olvidó el canto. Las nubes terminaron por quedar ahogadas entre la ceniza de las piedras y la luna. El viento hizo conjuros contra el silencio con la voz de una ficción infinita. Las raíces despertaron de su mal sueño. Un artificio que no habían logrado romper la metáfora como un hombre ebrio abre fuego para encender los pulmones. Unta el cigarro con sus dedos de gis y yeso, esclavo de su asombro para descifrar el perfume de las flores mientras el ajedrez verde de los jardines, alcanza a vender su eco al tiempo. Después vino el canto a las uvas, el baile de las dunas en la gravilla. El silencio desandando lo amado, retomando sus pasos de almendra y grito, sueño y azufre. Albor y grito.
X. M.
Por acá la lluvia no existe
y esta bien. Es el desierto,
las nubes son apenas sutiles.
Algo que olvidas ante un cielo
tan intensamente azulado.
La lluvia sigue en la memoria
y en los sueños. Ese otro espejo
donde la infancia es ese barco
que no acaba de zarpar.
En la impronta de esta arena
tu recuerdo es una bruma sobre otro bruma,
apenas tus labios que sabían decir
y besar. Mis labios sobre las pieles
de tu piel. Volando por las orillas
y mi hambre siempre naciente de ti.
Pareciera que el café
y el calor no se llevan;
disfruto ambos. Como la lluvia
en la memoria y el sol en la piel
soy perfectamente disímbolo.
Lo que se une en mi eres tú
tan tenue y tan intensa a la vez.
En el estero el tiempo olvidado
las memorias del otoño
y una aceituna en el vaso.
Lo ido se va lejos,
como la música en el viento
pero no del todo.
Basta un reflejo, una inquietud,
¿duraríamos de haber seguido juntos?
El estero me trae esas palomas encaladas
el rumor del mar que no es un si o un no
el caracol de un suspiro
la brecha de un relámpago en la memoria.
Xabo Martinez
Guelaguetza
Tantas veces he pensado en ti
en caminar por la región mixteca
o ir hacia el Papaloapan
ir por esos caminos para encontrar
el latido de la flor de piña
beber tu tepache hasta quedar
iguana tendida en la roca
y en la mañana un caldo de piedra
caminar hacia la neblina mixe
en el tambor y el son del huarache
beber el tibio mezcal y cantar
contigo sones y jarabes mixes
oír esa tu lengua de mil años
decir lo debido y ofrendar
un chorrito de mezcal
a esa tierra donde nací
donde la nube es a la vez
raíz y cielo de un árbol inmenso.
Xm