Ellos no escribían: dibujaban su historia, a dos manos, a cuatro. Los elementos como colores surtían su imaginación y la inundaban en un collage de arcoíris o lluvia. El azul del sueño, el gris del azogue cuando un filamento de lluvia rosa resbalaba por sus pestañas y sabía a beso húmedo. A una iconoclasta nube, que aislando su romance de pestañas, nube y labio desnudaban sus adentros y los colmaban de morados y lilas. Ellos se bebían mutuamente hasta olvidarse y quedar en la memoria de sus vidas como una escena en fuga de una novela que no vale la pena contar porque así la escena está abierta a los amantes (los dueños de la lluvia que colorea escenas). Así de tarde en tarde mientras afuera sigue lloviendo y sus labios queda la historia del beso.
Xm
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